Mujeres Zapatistas

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viernes, 4 de abril de 2014

Minas de muerte

14 marzo, 2014 

La política neoliberal que ha imperado en nuestro país desde que Carlos Salinas desmanteló el aparato de medios de producción del estado mexicano, ha conducido a la desnacionalización de grandes sectores de la economía nacional. La minería es uno de ellos. El sector minero está en manos de oligopolios nacionales y extranjeros, que están sometiendo a las regiones mineras a una explotación intensiva y depredadora del medio ambiente y de las poblaciones locales. El afán de ganancia y la introducción de tecnología que permite la extracción masiva de minerales y el desplazamiento de mano de obra, se están reflejando en el deterioro de los entornos y geografías regionales, pero también han afectado patrimonios simbólicos y sociales, como sucedió con el histórico poblado de Cerro de San Pedro en San Luis Potosí, que fue afectado profundamente por los trabajos de la minera canadiense Metallica Resources Inc. hoy New Gold, hace diez años, y que desató una resistencia ciudadana que tuvo repercusiones nacionales (proyectocerro.blogspot.mx/).  O el caso del complejo minero de Peñasquito en Zacatecas, la mayor mina de oro de América Latina, en manos de la también canadiense Goldcorp, que en 2010 se apoderó de 600 hectáreas ejidales mediante contratos de ocupación temporal y falsificación de títulos agrarios (nota de Georgina Howard en Reporte Índigo). Esta fuente afirma que “A nivel mundial su fama [de Goldcorp] es de ‘depredadores’ del medio ambiente, del entorno económico y social a donde llegan a establecerse. Gastan millones en las demandas jurídicas que les realizan en todos los países a donde llegan a extraer metales preciosos.”

La misma fuente afirma que existen 210 empresas extranjeras en el sector minero metalúrgico mexicano, principalmente canadienses. Por otra parte, el reporte “Panorama Minero del Estado de Guanajuato” publicado por la Secretaría de Economía en 2010, reporta que las principales minas del municipio de Guanajuato son explotadas por las empresas canadienses Endeavour Silver Corp., Gammon Gold Inc. YGreat Panther Silver LTD, cada una trabajando respectivamente los complejos de Bolañitos, El Cubo-Las Torres y Valenciana-Villaseca, con producciones diarias de mineral de  mil 100 toneladas, 480 toneladas y 720 toneladas.
Éste último complejo está compuesto por las minas más antiguas de Guanajuato: Rayas, Cata, San Vicente y Valenciana, más otras 28 minas menores. Se trata de filones que antes explotaba la Cooperativa Minera Santa Fe de Guanajuato, que se vio obligada a rematar sus bienes en 2005 por 7.25 millones de dólares, luego de una asamblea que desde entonces ha sido fuertemente cuestionada en su legalidad por muchos de los antiguos asociados (nota de Patricia Muñoz enLa Jornada, 16 de noviembre de 2005). A lo largo de estos años, los excooperativistas opositores a esta enajenación se han manifestado de diferentes maneras, hasta incluso ser remitidos a los separos de la policía, sin que los gobiernos hagan mayor caso de sus reclamos.
En las últimas semanas se ha desatado una problemática inquietante en el complejo Villaseca: la creciente irrupción de “lupios” –ladrones de mineral- en los socavones y galerías de las minas. Desde tiempos coloniales el robo de mineral ha sido común, e incluso afectó a la cooperativa minera en su momento, pero su incidencia se ha acentuado mucho en la actualidad. La empresa de Vancouver contrató a una empresa mexicana de seguridad, “Grupo de Inteligencia Armado”, con sede en Guadalajara, para vigilar sus instalaciones. El problema es que son auténticos Pinkertons, “guardias blancas” de la empresa, que reaccionan draconianamente ante las incursiones de los mineros que por desesperación se cuelan en la mina para extraer costales de mineral, cuyo valor yo supongo es moderado, ya que la ley de plata en Guanajuato es baja.
Este cuerpo armado ya ha abatido y muerto a dos lupios en las últimas dos semanas. Luego se enfrentaron a los familiares de los rateros en su comparecencia ante el ministerio público, y uno de estos pitbull detonó su arma en plena calle. Es claro que sus reacciones son excesivas, ya que los lupios son cacos que actúan en situación desesperada. Puede que sean mineros desempleados, o son los trabajadores activos de la empresa que, ante los bajos salarios y prestaciones ofrecidos por su empleador, caen en la tentación de robar, por lo que dejan preparados los sacos con mineral para su incursión posterior por ingresos clandestinos que sólo conoce un minero experimentado. Es un trabajo mal pagado e inseguro. Yo ya perdí la cuenta de la cantidad de accidentes que han ocurrido en las minas de la Panther, muchos de ellos mortales; lo sé porque soy vecino del mineral de Mellado, y muchos de mis colindantes son trabajadores en esos filones. Las compensaciones económicas suelen ser ridículas: 100 mil pesos por deceso. Eso vale una vida humana. Por eso entiendo y justifico la reacción de los excooperativistas, que han ocupado la hacienda de Cobos, el antiguo corazón de la cooperativa minera más importante que hubo en México, para demandar la restitución de los bienes de la mutualidad.
Seguiré desgranando esta mazorca la próxima semana…
Continúo con el tema del conflicto que se desató hace un par de semanas entre los antiguos miembros de la Cooperativa Minera Santa Fe de Guanajuato y la empresa canadiense Great Panther Silver, provocado por la dura política aplicada por la minera contra los denominados lupios que extraen mineral a hurtadillas de los socavones, y que ha provocado ya dos muertes en manos de los agentes de seguridad privada que cuidan ceñudamente las instalaciones.
Hoy y ayer, los mineros de Guanajuato han tenido que pagar con sangre para ser reconocidos en sus derechos laborales y humanos. Una masacre perpetrada contra media docena de ellos el 23 de abril de 1937 dio pie a una nacionalización ordenada por el presidente Lázaro Cárdenas, que permitió el origen de la Cooperativa Minera Santa Fe de Guanajuato, una empresa social que durante décadas no sólo garantizó a los mineros el respeto a sus derechos y a su seguridad, sino también la participación en las ganancias de la sustracción del mineral. Desgraciadamente en los años noventa el Estado mexicano cambió su actitud ante las empresas colectivas, como las cooperativas, y no sólo dejó de apoyarlas, sino que se dedicó a boicotear su existencia, promoviendo su privatización, que finalmente debió darse en 2005, luego de muchos esfuerzos infructuosos por preservar la cooperativa por parte de los trabajadores. Los cooperativistas se vieron obligados a vender barato su empresa quebrada –siete millones 250 mil dólares- y no muchos fueron contratados por la empresa extranjera adquiriente de sus bienes.
El sentido social de la cooperativa y la cultura minera desarrollada en torno al concepto del “patrimonio” fueron estudiados por una colega antropóloga, la doctora Elizabeth Ferry, quien convivió durante un año y medio con los mineros a fines de los años noventa. Ella publicó en 2005 un espléndido libro denominado Not Ours Alone (“no es sólo nuestro”), frase que ella retomó de una entrevista con mi padre, Isauro Rionda, y que evidencia el sentido de responsabilidad transgeneracional con el que los cooperativistas concebían el patrimonio que habían heredado de sus mayores. Había necesidad de explotar los fundos mineros con racionalidad, ya que esos dominios tenían que beneficiar también a sus hijos y nietos. Es una lógica no capitalista, de economía moral, que plantea un sentido de compromiso con el futuro. En cambio una empresa privada explotaría los fundos con eficacia devastadora, hasta su agotamiento y abandono, como ha sucedido con viejos emporios hoy abandonados, como los minerales de La Luz y Pozos en los municipios de Guanajuato y San Luis de la Paz.
En sus buenos tiempos la cooperativa había garantizado a sus socios y trabajadores un ingreso digno, despensas semanales, educación –fue dueña de la escuela Ignacio Montes de Oca, donde los hijos de los cooperativistas estudiaban gratuitamente-, el hospital del Señor de Villaseca, y otros bienes, que poco a poco fue perdiendo. Los gobiernos estatales panistas consecutivamente les negaron apoyo financiero, y más bien les planteaban la opción de liquidar la sociedad y privatizarla. Los gobiernos federales también fueron sordos. Con el tiempo, esta cooperativa minera se convirtió en la última de las ochenta que fueron creadas en los años treinta y cuarenta (Ferry, 2005: 4).
Pesaron mucho las décadas de malas administraciones de la cooperativa. Incluso se rumora que algún administrador en los años ochenta la llevó al borde de la quiebra y luego quiso adquirirla. Durante años la empresa social luchó por sobrevivir ampliando sus actividades económicas hacia ramos como el artesanal y comercial, pero sin éxito. Su patrimonio material era considerable: 32 minas, cientos de hectáreas superficiales, docenas de inmuebles y terrenos urbanos, algunos de ellos históricos y de enorme belleza; maquinaria, un par de tráileres, etcétera.
La cooperativa minera fue desaparecida a raíz de una asamblea de socios realizada el 19 de julio de 2005. Esa sesión ha sido denunciada como irregular, pues en versión de muchos asociados no se contó con el quorum legal, además de que los acuerdos no habían sido consensuados. A pesar de ello la empresa fue vendida a la compañía El Rosario, subsidiaria de la Great Panther Silver. De esta manera se retornó a la situación previa a 1937, cuando las minas eran explotadas por la gringa Guanajuato Reduction & Mines Co. que se caracterizó por sus abusos contra los trabajadores y el ejercicio de la violencia mortal.
Hoy día los trabajadores mineros prácticamente están indefensos ante sus empleadores. Aunque existe la sección 142 del Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos, Siderúrgicos y Similares de la República Mexicana, el mismo que lidera Napoleón Gómez Urrutia, su intervención ha sido prácticamente nula, incluso contraria, como ha sucedido con los trabajadores no sindicalizados como los de las empresasoutsorcing. Por ejemplo, en 2012 la empresa “fantasma” Strata Outsourcing, sin mediar aviso ni liquidación alguna, dejó abandonados a 200 trabajadores que laboraban en las minas Peregrina y Las Torres.
Seguiré desgranando esta mazorca la próxima semana…
Continúo reflexionando sobre los mineros excooperativistas de Guanajuato, y su lucha reprimida por el reconocimiento de sus derechos patrimoniales sobre los recursos nacionales que un día les fueron adjudicados por el gobierno cardenista.
La lucha minera no es nueva ni reciente en el municipio de Guanajuato. Se remonta al menos al arranque del siglo XX. En el siglo XIX la explotación de las minas había caído en manos, primero, de empresarios británicos, que luego fueron desplazados por los capitales y la ingeniería norteamericanos. En 1904 se integró en Estados Unidos la empresa The Guanajuato Reduction and Mines Co., la cual adquirió en propiedad las minas de Valenciana, Cata, Mellado, Rayas, Tepeyac y Sechó. Ellos introdujeron el método de beneficio de la cianuración, que permitió extraer plata y oro de baja ley, incluso de los jales o desperdicios de explotaciones anteriores, y hasta de los adobes de las casas abandonadas.
Los capitales extranjeros revitalizaron la explotación minera local, pero aplicaron duras políticas en lo referente a su relación laboral con los trabajadores mineros: bajos salarios, jornadas de 10 horas seis días a la semana, bajas condiciones de seguridad, malos tratos, etcétera. Luego de la revolución, no es de extrañar que la inconformidad fuese creciendo, sobre todo cuando el gobierno federal impulsó el respeto a los derechos laborales consagrados en el artículo 123 de la nueva constitución. El 12 de noviembre de 1936 los trabajadores de laGuanajuato Reduction se declararon en huelga general, en pos de mejores condiciones económicas. Así comenzó un periodo de gran tensión que desembocó en la matanza de los seis mineros, los “mártires del 23 de abril”, a manos de los guardias de la empresa el año siguiente.
El 11 de mayo de 1938 la compañía se vio obligada por el gobierno cardenista a entregar sus bienes a la sección 4 del sindicato minero nacional, a partir de la cual se organiza la Sociedad Cooperativa Minero-Metalúrgica Santa Fe de Guanajuato. Esto correspondía bien a la política del “nacionalismo revolucionario” sobre los bienes del subsuelo, propiedad de la Nación.
La conciencia obrera y de solidaridad social que defendió la cooperativa durante décadas fue fuertemente boicoteada por los gobiernos del periodo neoliberal, que se encargaron de desmantelar el sector estatal y social de la economía nacional. En el ámbito rural, su expresión más clara fue la contrarreforma agraria de 1992, y la privatización del ejido. En el ámbito minero, las privatizaciones nos han conducido a la situación actual, donde grandes fortunas se han amasado en las últimas dos décadas a partir de una actividad que se consideraba poco redituable en los años ochenta.
Los cooperativistas dicen que fueron despojados de su patrimonio, mediante una asamblea que califican de ilegal en julio de 2005. A pesar de que desde entonces denunciaron públicamente esta situación (véase la nota de Patricia Muñoz en La Jornada del 16 de noviembre de ese año, “Empresa canadiense tras rica minera de Guanajuato”), la adquisición por parte de la Great Panther se concretó con el beneplácito de los gobiernos federal y estatal. El argumento para apoyar la privatización fue el de siempre: se crearán empleos y la riqueza generada se derramará hacia la sociedad local. La verdad es que la generación de empleos ha sido muy limitada, porque los canadienses han introducido tecnología de punta que requiere poca intervención de operarios, y los sueldos se mantienen deprimidos. Además la seguridad se mantiene como uno de los déficits más evidentes. Se han registrado varios accidentes mortales en los últimos tres años. Y mejor no hablemos de los impactos sobre el entorno natural, e incluso de la estabilidad del subsuelo de la ciudad, que ha experimentado varios sustos por los estallidos subterráneos.
Los cooperativistas tomaron las instalaciones de la exhacienda de Bustos el domingo 9 de marzo pasado en demanda de que les sea restituido su patrimonio. La empresa reaccionó e interpuso un recurso legal, además de impulsar a sus trabajadores a manifestarse contra la ocupación. Con una velocidad pasmosa, los gobiernos federal y estatal reaccionaron y el jueves 13 los ocupantes fueron desalojados “pacíficamente”, pero a partir de un despliegue impresionante de fuerzas policiales con el apoyo del ejército. Fue indignante ver cómo los agentes, armados como si fueran a enfrentar a una peligrosa partida de delincuentes, desalojaban a algunas docenas de ancianos de ambos géneros, hijos de los fundadores de la cooperativa, quienes lastimosamente alegaban sus derechos al patrimonio expoliado en favor de empresarios extranjeros.
Tristes son los actuales tiempos del neoporfirismo. Nada valió un siglo de luchas sociales y una revolución armada, que nos legaron un modelo de desarrollo socializado y solidario, que ha sido desmantelado. Lo que priva hoy nuevamente es el principio del egoísmo y la lógica salvaje del neoliberalismo. La cooperativa minera fue finalmente eliminada por la antropofagia del capital.

Correo electrónico: luis@rionda.net
Twitter: @riondal
www.luis.rionda.net


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