Por María Jimenez
Tenía 20 años y no podía ni quería moverme. Así nomás. Pero ese primero de enero de 1994 no sólo me sostuve sobre mis piernas, sino que aprendí a caminar, y además miré por primera vez a otras y otros que nunca había tenido la oportunidad de conocer y que son los indios de Chiapas, ese lejano y desconocido estado del sureste mexicano. Tampoco sabía que los indios de mi país –y del mundo- sufrían así, del despojo y de la invisibilidad, y que además no estaban dispuestos a seguir oprimidos.
Acompañé a la distancia su camino por la reivindicación de sus derechos al tiempo que alimentaban mis fuerzas y mente para reivindicar los míos. Yo también vivía sometida, sin oportunidades, sin futuro ni alegría. Pero poco a poco, como los caracoles, fui dando pasitos junto a los enormes pasos de ellos.
Hoy con orgullo declaro que soy egresada del 1er. Nivel de la Escuelita Zapatista, a la que pude asistir porque aprendí a caminar y a mirar gracias a estos compañeros de sueños; tanto les debo que ni sabiendo hablar tzeltal o tzotzil, o la lengua de cada una de ellas y ellos, podría expresar mi gratitud, entre otras causas porque no lo han hecho solo por mí, sino por todos, y con todos me refiero al género humano que habita este planeta.
Y bueno, algunos pensarán que de plano exagero porque los admiro, pero no, fuera sentimentalismos paternalistas, discriminaciones positivas, imágenes idealizadas de indios inocentes y limpios de corazón. Hay que decir la verdad aunque quedemos en vergüenza, y es que en nuestro país ya habíamos perdido el rumbo que alguna vez orientó una revolución que el Estado se ha esmerado en desaparecer.
La situación mundial no tenía perspectivas de esperanza, los poderes hegemónicos parecían intocables e indetenibles.
Es en ese estado de cosas que los compañeros indígenas zapatistas declaran la guerra al exterminio, y además enarbolan causas que nadie más reclamaba, muchas de ellas coincidentes con clamores internos y personales que nunca pensé que se pudieran hacer valer en sociedad, como el respeto y la dignidad de las mujeres o denunciar los criterios estéticos que nos oprimen desde que comienza nuestra vida.
Ahora, con el regreso del decrépito PRI, que no es más que una oficina de gestión e imposición neoliberal operando con viejos artilugios criminales, es que las compañeras y compañeros zapatistas convocan a la Escuelita Zapatista.
Pero ¿qué es la Escuelita Zapatista?
Es un llamado urgente a luchar por nuestra patria, a defender nuestra dignidad, nuestros bosques, ríos, lagos, recursos del subsuelo, playas, cielo, desiertos, cultura e historia que como nación mexicana y como personas comprometidas con el mundo, tenemos que proteger.
Una convocatoria a la solidaridad, a la organización, a la resistencia, al respeto y a la construcción de acuerdos. Una solicitud para olvidarnos del tu y yo y declarar al nosotros como rector de nuestro diario vivir, es renunciar al ejercicio del poder y de la vanagloria.
También es una oportunidad para ver la experiencia viva, vigente, poderosa y profunda de la convicción zapatista en las comunidades, sus formas de gobierno, su flexibilidad y su respeto por los usos que entre todos han ido forjando para lograr lo que acordaron, sin padrinos sociales gubernamentales o activismos delirantes, sino con trabajo y comunicación, habla y escucha verdaderas. Un lugar en donde la palabra tiene peso, fuerza y dirección y la representación de las bases es respetada y acatada porque sencillamente es real.
La Escuelita es esto y muchas cosas más, seguramente, pero quizá algunas y algunos quieran saber en qué consiste, ¿cómo funciona? ¿Cómo se aprende? Para responder a esto, les ofrezco lo único que tengo, que es mi experiencia.
Primero se juntan muchas orejas atentas y curiosas a través de los comunicados; en mi caso, fue uno de los días más felices de mi vida cuando llegó la invitación por correo electrónico, pero muchas personas solicitaron ser invitadas y recibieron su respuesta positiva.
Aquellos que les llegó la palabra y la invitación, posteriormente llenaron un cuestionario con datos muy básicos que se devuelve de forma electrónica para recibir la clave de preinscripción.
Ya después me fui dando una idea de cómo sería lo de la escuelita a través de los comunicados emitidos por el EZLN por medio de Enlace Zapatista y otras fuentes replicantes.
Luego de presentarme en el CIDECI Universidad de la Tierra, San Cristóbal de las Casas, Chiapas, registrarme y adquirir los libros de texto, me preparé para abordar el transporte que las compañeras y compañeros zapatistas habían alistado para repartir a los alumnos a los 5 diferentes caracoles.
Mientras uno aguarda en la parte posterior de un camión de redilas va mirando primero, la belleza impactante del paisaje -su topografía majestuosa, la vegetación que estalla dando la bienvenida-, en compañía de otras personas, diversas en edades, género, gustos, idiomas, nacionalidades, culturas, nivel socioeconómico y educativo.
Ése es un primer encuentro con el aprendizaje y el escuchar y el hablar; porque habrá que romper el turrón e iniciar la plática con los viajeros, las primeras veces con preguntas tontas, pero con buena intención, con curiosidad o con atrevimiento. Ahí me doy cuenta que casi todas las alumnas y alumnos vienen con una disposición que se parece a la mía, que es de oídos abiertos, mente alerta, y con un corazón que cuidadosamente conserva su capacidad de asombro y ternura.
De cualquier manera, hay que estar al pendiente de nuestras palabras, que por costumbre suelen ser discriminadoras, hay que tener respeto por las otras historias, como las del País Vasco, o como las de los amigos de Ciudad Juárez, hay que compartir la historia propia sin matar de aburrimiento o pretender dar una cátedra.
Se hacen breves las horas de camino con la esperanza y la alegría que caracteriza estos trayectos. Al llegar al Caracol, las compañeras y compañeros nos dan un recibimiento musical y presencial, hay fiesta, fanfarrias y solemnidad para la formación y asignación del votán a cada uno de los estudiantes.
Posteriormente viene el alimento para el cuerpo: riquísimos frijolitos negros, tostadas de maíz, cafecito y el calor humano complementan nuestra dieta.
Al día siguiente, muy tempranito y después de saludar a la selva lacandona de lejecitos, tomamos un desayuno y nos alistamos junto con nuestros votanes para la primera etapa de la Escuelita. En el auditorio del Caracol escuchamos los testimonios de varias compañeras y compañeros zapatistas acerca de sus experiencias durante los veinte años que llevan en autonomía. Algunos formulan preguntas y son respondidas. Por la tarde, partimos hacia las diferentes comunidades asignadas.
Así es como fui a dar a San Pedro, una comunidad cerca de Ocosingo, cerca del cielo e instalada en la autonomía zapatista. Los habitantes de San Pedro, ancianas, ancianos, mujeres, hombres, niñas y niños, de pie uno a lado del otro, cubiertos sus rostros, sosteniendo las banderas mexicana y zapatista, extendiendo sus manos para saludar a los cinco estudiantes. Los músicos tocando corridos rebeldes, el sol ocultándose, nosotros impresionados de la fuerza y la esperanza del momento y de cada acto.
Nos condujeron a una meseta desde donde se podía dominar una buena extensión de San Pedro, dicen los compañeros que era el lugar en que se ubicaba la casa del hacendado y antiguo dueño de las tierras. Frente a la iglesia y sentados en bancas junto a nuestros votanes, participamos de los actos cívicos más honestos que hayamos tenido, cantando los himnos nacionales y zapatista y saludando a las banderas, por supuesto con nuestro brazo izquierdo.
No puedo describir cómo me sentí en ese momento, ahí estaban sentados en las bancas del otro lado las compañeras y compañeros zapatistas, con el atardecer tras de ellos, con sus paliacates y sus pasamontañas, en realidad miraba sus siluetas, con sombreros, con bebés a cuestas, concentrados en saludar a la bandera, dedicados a mostrarnos su sentir zapatista, ellos, los habitantes originarios de estas tierras recuperadas, ¡ah que gozo me inundó el corazón cuando miré esas hermosas tierras re-cu-pe-ra-das!, a esos compañeros dueños de su trabajo, de su futuro, ¡es que es enorme lo que hicieron y nosotros no podemos dejar de verlo!
Cuando terminaron los momentos solemnes, como siempre, la hospitalidad se abrió paso y nos llevaron a un comedor comunitario donde nos ofrecieron un riquísimo tamal de frijolitos acompañado de un atole delicioso.
Los maestros de la Escuelita Zapatista son los compañeros que reciben en sus casas a los alumnos. El promotor educativo de la comunidad, su esposa y sus hijos fueron mis maestros. La casa de mis maestros es una cabañita de madera a la que no le hace falta nada, es el lugar más perfecto que he conocido, habitada por una familia trabajadora, alegre y libre, en donde pude medir mis escasas fuerzas al ayudar a desgranar y moler el maíz para echar las tortillas, cosechar y limpiar el frijol, lavar los trastes, barrer la estancia. Por las tardes lectura de los libros de texto de la Escuelita, acompañada por la familia, cada quien haciendo distintos trabajos. En todo momento me sentí parte del grupo.
También acompañamos el trabajo comunitario que consistió en limpiar un terreno de la comunidad -ayudé un poquito a chaponear con machete, siguiendo las indicaciones de los compañeros y compañeras, preocupados porque no tuviera un accidente- y pasado un tiempo, tomamos el tradicional descanso para beber pozol con chile y sal.
Visitamos las gallinas del colectivo de mujeres, quienes se reparten la asistencia al gallinero para alimentar a las aves y cuidarlas, cada día le toca ir a dos mujeres distintas. En otra ocasión visitamos las vacas del colectivo municipal, teniendo que pasar por riachuelos, pantanos y cañadas hermosamente enlodadas, que por supuesto no muy dignamente pude atravesar. Presenciamos la aplicación de vacunas a las vacas del colectivo de la comunidad y pudimos tomar algunas fotografías de las compañeras y compañeros.
El votán de uno de los alumnos es promotor de salud, y nos mostró el lugar donde realizan consultas, nos habló de cómo se capacitan y trabajan coordinadamente con médicos y ponderando los remedios naturales, aprovechando la sabiduría tradicional. Ya no puedes mirar a las plantitas silvestres de la misma forma después de saber sus usos. Por su parte, mi linda votán está estudiando a su vez para promotora de salud de plantas medicinales, y creo que será muy buena.
Las zapatistas y los zapatistas han dedicado especial esfuerzo a la salud de las mujeres y tienen logros importantes combatiendo la mortalidad por parto y muchas otras enfermedades que antes del levantamiento diezmaban la población.
Después de tres días en San Pedro es inevitable notar que las y los zapatistas son tan fuertes en su convicción como en lo físico, trabajando la tierra o produciendo alimentos; cocinar unas gorditas de maíz con calabaza rellenas de frijol supone una cantidad de esfuerzo extenuante para alguien como yo. Cada bocado me sabía a esa fuerza y ese amor invertidos en el alimento para la familia y para los estudiantes.
El agua llega en tuberías hasta la comunidad, no así la electricidad. Así es que a las seis de la tarde ya requeríamos de la luz de las velas o de las lámparas de mano. Sin televisión, sin luz artificial, sin aparatos electrodomésticos, sin cargar la batería de celulares o artefactos pudiera parecer una condena, pero en realidad es una liberación.
En la madrugada del tercer día, como a eso de las 4 de la mañana, toda la familia, con excepción del bebé, se levantó a preparar nuestros alimentos, mientras los alumnos dormíamos, a las cinco y media que despertamos ya teníamos cafecito, platanitos machos cociditos, taquitos de frijolitos y lo más importante, una familia que nos mostraba cómo se trata a los visitantes, como se enseña y se da el trato de hermanos. Ahí no era una señora, o una mujer, ahí siempre me llamaron compañera, situación que asumo desde mi corazón de forma definitiva.
Nos reunimos los estudiantes en la misma meseta donde fuimos recibidos, esta vez con el amanecer. Ya la noche anterior nos habían ofrecido un convivio en la comunidad en el que participamos preparando y cocinando las gallinas que el colectivo de mujeres aportó. La despedida tuvo su ingrediente de melancolía, porque es un poco triste que los corazones que se han comunicado y entendido se separen, pero sólo un poco porque nos entendimos para siempre y eso es para celebrarse.
Hay que resaltar que los maestros, los votanes y la comunidad entera se asumieron como nuestros cuidadores, mostrando un solo corazón y sentir hospitalario y militante, y eso es mucho de lo que hay que aprender y poner en práctica. Y que aunque las mujeres asumen el cuidado de la familia y los hijos además de otras duras tareas, su participación en la vida de la comunidad y de los territorios zapatistas es mucho mayor que en el resto del territorio nacional; para muestra pregúntense cuántas presidencias municipales existen en nuestro país y cuántas de ellas son ejercidas por mujeres.
De regreso, en el Caracol, asistimos al cierre de la Escuelita que consistió en la lectura de las preguntas que los alumnos formularon durante su estadía en comunidades y las respuestas que fueron dando los compañeros zapatistas de la Junta de Buen Gobierno del Caracol. Algunos alumnos tomaron la palabra y manifestaron su agradecimiento y expectativas del futuro.
Toda la tarde hubo música y un delicioso caldo de res para los egresados, seguimos conviviendo con nuestras y nuestros votanes y por la noche hubo baile y mucho ambiente. Mi votán y yo no bailamos porque acordamos que somos tímidas, así que platicamos y convivimos.
Pues sí, así terminó el primer nivel de la Escuelita, pero no es un fin sino un principio, los zapatistas siempre nos dan principios y hay mucho futuro por delante por más que lo quieran anular los poderes imperialistas porque nunca se vuelve a ser el mismo cuando se vive en un Estado de Impunidad, y ves de pronto algo intangible e inasible como la Justicia, construyéndose colectivamente y a cada momento, espectáculo equiparable únicamente a la imponente naturaleza que tiene ese maravilloso estado de Chiapas y que afortunadamente está dentro de nuestro país y muy pero muy dentro de mi corazón.
Hoy con orgullo declaro que soy egresada del 1er. Nivel de la Escuelita Zapatista, a la que pude asistir porque aprendí a caminar y a mirar gracias a estos compañeros de sueños; tanto les debo que ni sabiendo hablar tzeltal o tzotzil, o la lengua de cada una de ellas y ellos, podría expresar mi gratitud, entre otras causas porque no lo han hecho solo por mí, sino por todos, y con todos me refiero al género humano que habita este planeta.
Y bueno, algunos pensarán que de plano exagero porque los admiro, pero no, fuera sentimentalismos paternalistas, discriminaciones positivas, imágenes idealizadas de indios inocentes y limpios de corazón. Hay que decir la verdad aunque quedemos en vergüenza, y es que en nuestro país ya habíamos perdido el rumbo que alguna vez orientó una revolución que el Estado se ha esmerado en desaparecer.
La situación mundial no tenía perspectivas de esperanza, los poderes hegemónicos parecían intocables e indetenibles.
Es en ese estado de cosas que los compañeros indígenas zapatistas declaran la guerra al exterminio, y además enarbolan causas que nadie más reclamaba, muchas de ellas coincidentes con clamores internos y personales que nunca pensé que se pudieran hacer valer en sociedad, como el respeto y la dignidad de las mujeres o denunciar los criterios estéticos que nos oprimen desde que comienza nuestra vida.
Ahora, con el regreso del decrépito PRI, que no es más que una oficina de gestión e imposición neoliberal operando con viejos artilugios criminales, es que las compañeras y compañeros zapatistas convocan a la Escuelita Zapatista.
Pero ¿qué es la Escuelita Zapatista?
Es un llamado urgente a luchar por nuestra patria, a defender nuestra dignidad, nuestros bosques, ríos, lagos, recursos del subsuelo, playas, cielo, desiertos, cultura e historia que como nación mexicana y como personas comprometidas con el mundo, tenemos que proteger.
Una convocatoria a la solidaridad, a la organización, a la resistencia, al respeto y a la construcción de acuerdos. Una solicitud para olvidarnos del tu y yo y declarar al nosotros como rector de nuestro diario vivir, es renunciar al ejercicio del poder y de la vanagloria.
También es una oportunidad para ver la experiencia viva, vigente, poderosa y profunda de la convicción zapatista en las comunidades, sus formas de gobierno, su flexibilidad y su respeto por los usos que entre todos han ido forjando para lograr lo que acordaron, sin padrinos sociales gubernamentales o activismos delirantes, sino con trabajo y comunicación, habla y escucha verdaderas. Un lugar en donde la palabra tiene peso, fuerza y dirección y la representación de las bases es respetada y acatada porque sencillamente es real.
La Escuelita es esto y muchas cosas más, seguramente, pero quizá algunas y algunos quieran saber en qué consiste, ¿cómo funciona? ¿Cómo se aprende? Para responder a esto, les ofrezco lo único que tengo, que es mi experiencia.
Primero se juntan muchas orejas atentas y curiosas a través de los comunicados; en mi caso, fue uno de los días más felices de mi vida cuando llegó la invitación por correo electrónico, pero muchas personas solicitaron ser invitadas y recibieron su respuesta positiva.
Aquellos que les llegó la palabra y la invitación, posteriormente llenaron un cuestionario con datos muy básicos que se devuelve de forma electrónica para recibir la clave de preinscripción.
Ya después me fui dando una idea de cómo sería lo de la escuelita a través de los comunicados emitidos por el EZLN por medio de Enlace Zapatista y otras fuentes replicantes.
Luego de presentarme en el CIDECI Universidad de la Tierra, San Cristóbal de las Casas, Chiapas, registrarme y adquirir los libros de texto, me preparé para abordar el transporte que las compañeras y compañeros zapatistas habían alistado para repartir a los alumnos a los 5 diferentes caracoles.
Mientras uno aguarda en la parte posterior de un camión de redilas va mirando primero, la belleza impactante del paisaje -su topografía majestuosa, la vegetación que estalla dando la bienvenida-, en compañía de otras personas, diversas en edades, género, gustos, idiomas, nacionalidades, culturas, nivel socioeconómico y educativo.
Ése es un primer encuentro con el aprendizaje y el escuchar y el hablar; porque habrá que romper el turrón e iniciar la plática con los viajeros, las primeras veces con preguntas tontas, pero con buena intención, con curiosidad o con atrevimiento. Ahí me doy cuenta que casi todas las alumnas y alumnos vienen con una disposición que se parece a la mía, que es de oídos abiertos, mente alerta, y con un corazón que cuidadosamente conserva su capacidad de asombro y ternura.
De cualquier manera, hay que estar al pendiente de nuestras palabras, que por costumbre suelen ser discriminadoras, hay que tener respeto por las otras historias, como las del País Vasco, o como las de los amigos de Ciudad Juárez, hay que compartir la historia propia sin matar de aburrimiento o pretender dar una cátedra.
Se hacen breves las horas de camino con la esperanza y la alegría que caracteriza estos trayectos. Al llegar al Caracol, las compañeras y compañeros nos dan un recibimiento musical y presencial, hay fiesta, fanfarrias y solemnidad para la formación y asignación del votán a cada uno de los estudiantes.
Posteriormente viene el alimento para el cuerpo: riquísimos frijolitos negros, tostadas de maíz, cafecito y el calor humano complementan nuestra dieta.
Al día siguiente, muy tempranito y después de saludar a la selva lacandona de lejecitos, tomamos un desayuno y nos alistamos junto con nuestros votanes para la primera etapa de la Escuelita. En el auditorio del Caracol escuchamos los testimonios de varias compañeras y compañeros zapatistas acerca de sus experiencias durante los veinte años que llevan en autonomía. Algunos formulan preguntas y son respondidas. Por la tarde, partimos hacia las diferentes comunidades asignadas.
Así es como fui a dar a San Pedro, una comunidad cerca de Ocosingo, cerca del cielo e instalada en la autonomía zapatista. Los habitantes de San Pedro, ancianas, ancianos, mujeres, hombres, niñas y niños, de pie uno a lado del otro, cubiertos sus rostros, sosteniendo las banderas mexicana y zapatista, extendiendo sus manos para saludar a los cinco estudiantes. Los músicos tocando corridos rebeldes, el sol ocultándose, nosotros impresionados de la fuerza y la esperanza del momento y de cada acto.
Nos condujeron a una meseta desde donde se podía dominar una buena extensión de San Pedro, dicen los compañeros que era el lugar en que se ubicaba la casa del hacendado y antiguo dueño de las tierras. Frente a la iglesia y sentados en bancas junto a nuestros votanes, participamos de los actos cívicos más honestos que hayamos tenido, cantando los himnos nacionales y zapatista y saludando a las banderas, por supuesto con nuestro brazo izquierdo.
No puedo describir cómo me sentí en ese momento, ahí estaban sentados en las bancas del otro lado las compañeras y compañeros zapatistas, con el atardecer tras de ellos, con sus paliacates y sus pasamontañas, en realidad miraba sus siluetas, con sombreros, con bebés a cuestas, concentrados en saludar a la bandera, dedicados a mostrarnos su sentir zapatista, ellos, los habitantes originarios de estas tierras recuperadas, ¡ah que gozo me inundó el corazón cuando miré esas hermosas tierras re-cu-pe-ra-das!, a esos compañeros dueños de su trabajo, de su futuro, ¡es que es enorme lo que hicieron y nosotros no podemos dejar de verlo!
Cuando terminaron los momentos solemnes, como siempre, la hospitalidad se abrió paso y nos llevaron a un comedor comunitario donde nos ofrecieron un riquísimo tamal de frijolitos acompañado de un atole delicioso.
Los maestros de la Escuelita Zapatista son los compañeros que reciben en sus casas a los alumnos. El promotor educativo de la comunidad, su esposa y sus hijos fueron mis maestros. La casa de mis maestros es una cabañita de madera a la que no le hace falta nada, es el lugar más perfecto que he conocido, habitada por una familia trabajadora, alegre y libre, en donde pude medir mis escasas fuerzas al ayudar a desgranar y moler el maíz para echar las tortillas, cosechar y limpiar el frijol, lavar los trastes, barrer la estancia. Por las tardes lectura de los libros de texto de la Escuelita, acompañada por la familia, cada quien haciendo distintos trabajos. En todo momento me sentí parte del grupo.
También acompañamos el trabajo comunitario que consistió en limpiar un terreno de la comunidad -ayudé un poquito a chaponear con machete, siguiendo las indicaciones de los compañeros y compañeras, preocupados porque no tuviera un accidente- y pasado un tiempo, tomamos el tradicional descanso para beber pozol con chile y sal.
Visitamos las gallinas del colectivo de mujeres, quienes se reparten la asistencia al gallinero para alimentar a las aves y cuidarlas, cada día le toca ir a dos mujeres distintas. En otra ocasión visitamos las vacas del colectivo municipal, teniendo que pasar por riachuelos, pantanos y cañadas hermosamente enlodadas, que por supuesto no muy dignamente pude atravesar. Presenciamos la aplicación de vacunas a las vacas del colectivo de la comunidad y pudimos tomar algunas fotografías de las compañeras y compañeros.
El votán de uno de los alumnos es promotor de salud, y nos mostró el lugar donde realizan consultas, nos habló de cómo se capacitan y trabajan coordinadamente con médicos y ponderando los remedios naturales, aprovechando la sabiduría tradicional. Ya no puedes mirar a las plantitas silvestres de la misma forma después de saber sus usos. Por su parte, mi linda votán está estudiando a su vez para promotora de salud de plantas medicinales, y creo que será muy buena.
Las zapatistas y los zapatistas han dedicado especial esfuerzo a la salud de las mujeres y tienen logros importantes combatiendo la mortalidad por parto y muchas otras enfermedades que antes del levantamiento diezmaban la población.
Después de tres días en San Pedro es inevitable notar que las y los zapatistas son tan fuertes en su convicción como en lo físico, trabajando la tierra o produciendo alimentos; cocinar unas gorditas de maíz con calabaza rellenas de frijol supone una cantidad de esfuerzo extenuante para alguien como yo. Cada bocado me sabía a esa fuerza y ese amor invertidos en el alimento para la familia y para los estudiantes.
El agua llega en tuberías hasta la comunidad, no así la electricidad. Así es que a las seis de la tarde ya requeríamos de la luz de las velas o de las lámparas de mano. Sin televisión, sin luz artificial, sin aparatos electrodomésticos, sin cargar la batería de celulares o artefactos pudiera parecer una condena, pero en realidad es una liberación.
En la madrugada del tercer día, como a eso de las 4 de la mañana, toda la familia, con excepción del bebé, se levantó a preparar nuestros alimentos, mientras los alumnos dormíamos, a las cinco y media que despertamos ya teníamos cafecito, platanitos machos cociditos, taquitos de frijolitos y lo más importante, una familia que nos mostraba cómo se trata a los visitantes, como se enseña y se da el trato de hermanos. Ahí no era una señora, o una mujer, ahí siempre me llamaron compañera, situación que asumo desde mi corazón de forma definitiva.
Nos reunimos los estudiantes en la misma meseta donde fuimos recibidos, esta vez con el amanecer. Ya la noche anterior nos habían ofrecido un convivio en la comunidad en el que participamos preparando y cocinando las gallinas que el colectivo de mujeres aportó. La despedida tuvo su ingrediente de melancolía, porque es un poco triste que los corazones que se han comunicado y entendido se separen, pero sólo un poco porque nos entendimos para siempre y eso es para celebrarse.
Hay que resaltar que los maestros, los votanes y la comunidad entera se asumieron como nuestros cuidadores, mostrando un solo corazón y sentir hospitalario y militante, y eso es mucho de lo que hay que aprender y poner en práctica. Y que aunque las mujeres asumen el cuidado de la familia y los hijos además de otras duras tareas, su participación en la vida de la comunidad y de los territorios zapatistas es mucho mayor que en el resto del territorio nacional; para muestra pregúntense cuántas presidencias municipales existen en nuestro país y cuántas de ellas son ejercidas por mujeres.
De regreso, en el Caracol, asistimos al cierre de la Escuelita que consistió en la lectura de las preguntas que los alumnos formularon durante su estadía en comunidades y las respuestas que fueron dando los compañeros zapatistas de la Junta de Buen Gobierno del Caracol. Algunos alumnos tomaron la palabra y manifestaron su agradecimiento y expectativas del futuro.
Toda la tarde hubo música y un delicioso caldo de res para los egresados, seguimos conviviendo con nuestras y nuestros votanes y por la noche hubo baile y mucho ambiente. Mi votán y yo no bailamos porque acordamos que somos tímidas, así que platicamos y convivimos.
Pues sí, así terminó el primer nivel de la Escuelita, pero no es un fin sino un principio, los zapatistas siempre nos dan principios y hay mucho futuro por delante por más que lo quieran anular los poderes imperialistas porque nunca se vuelve a ser el mismo cuando se vive en un Estado de Impunidad, y ves de pronto algo intangible e inasible como la Justicia, construyéndose colectivamente y a cada momento, espectáculo equiparable únicamente a la imponente naturaleza que tiene ese maravilloso estado de Chiapas y que afortunadamente está dentro de nuestro país y muy pero muy dentro de mi corazón.
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